La escuela entre dos mundos

Todos los gobiernos de los países de inmigración han desarrollado, en modos y con métodos diversos, obras de integración respecto de los extranjeros. El hombre emigrado sólo pensaba en ganar para el sustento de los suyos en la patria y para apurar los tiempos del regreso y, en esta óptica, rehusaba tenazmente todo contacto con la lengua desconocida, con las costumbres distintas, incluso con aquellas agradables ligadas al tiempo libre. La presencia del núclo familiar aceleraba, en cambio, el arraigamiento y las mujeres ejercieron una influencia aún sobre hombres sin mujeres e hijos que frecuentaban sus casas o que eran sus huéspedes como pensionistas.

La mayor eficacia de la política de integración puesta en acto por los países hospitantes ha sido obtenida a través de la escuela (desde el ciclo escolástico obligatoriamente frecuentado por niños a los cursos de lengua y cultura general por los adultos) y con las intervenciones de tipo asistencial que tenían la finalidad de hacer adquirir rápidamente costumbres y hábitos locales.

A su vez también los gobiernos italianos se daban cuenta de la importancia de tener ligadas a la patria viejas y nuevas generaciones de emigrados. Fue Crispi el primero en presentar, en 1889, una ley orgánica sobre escuelas italianas en el exterior pero no fueron asignados fondos suficientes para aumentar su número considerablemente, al menos en los países hacia los cuales se dirigían masivamente los emigrantes.

Siempre en 1889 nació también la “Sociedad Dante Alighieri” que tenía entre sus funciones la difusión de la lengua y de la cultura italiana aún en el exterior. Puntos débiles de las escuelas fueron, en síntesis, los contrastes entre escuelas laicas y confesionales - no saneados ni siquiera con el concordato de 1929 entre el Estado italiano y el Vaticano – y su financiamiento, que quedó crónicamente inadecuado.