Le escribo esta carta

El título de este capítulo es, en cierto modo, provocador porque, entre las imágenes publicadas, las grandes ausentes son precisamente las cartas. Las cartas, las palabras que recorren el mundo, son el delgado pero fuerte hilo que mantiene unidas las dos partes de una familia dividida por la emigración. Expresan, no siempre explícitamente, el sufrimiento que conlleva el desarraigo del propio mundo, el aislamiento en el que uno se ve sumido y la discriminación a la que se ve sometido. Al mismo tiempo, hacen que los ojos de los que se han quedado en el país vislumbren las grandes posibilidades que ofrece la tierra de llegada y así incitan a otros a marcharse.

Una característica general de las cartas de los emigrantes es la transposición de la expresión oral a la escrita: se escribe como se habla, con el añadido de una ortografía dudosa (sobre todo de extranjerismos e italianismos ajenos a la propia herencia lingüística) y una puntuación improbable.

Pero las "verdaderas" cartas son las fotografías que el emigrante envía e intercambia con su familia, sus parientes, sus amigos. Así que la pregunta es: ¿se puede fotografiar la emigración? Teóricamente, para dar cuenta exhaustiva de este fenómeno, habría que disponer de un gran número de imágenes; en realidad, sin embargo, cada fotografía cuenta muchas cosas y contiene diversos elementos de reflexión y razonamiento.

En Ellis Island, ese grupo de personas bien ordenadas en el gran salón de actos y apretujadas, por ilusión fotográfica, por "barrotes" que les hacen parecer prisioneros impresiona tanto o más que los datos estadísticos.

Y en las numerosas fotos tomadas a los emigrantes con el telón de fondo de los centros asistenciales -ya sean católicos o laicos; de la época de la gran emigración o del éxodo posterior a la Segunda Guerra Mundial- el patrón es siempre el mismo: los hombres aparecen de espaldas, agobiados por el peso de su equipaje, sugiriendo la ayuda, casi el abrazo que se les ofrece.

Cuando el medio fotográfico estuvo al alcance de todos, cada emigrante pudo "crear" su propio álbum de imágenes, construyendo y editando sus "bellas imágenes" hasta el último detalle. Si observamos, por ejemplo, a las personas retratadas cerca de los coches, nos daremos cuenta de que sus manos están bien colocadas: ¿no señalan quizá inconscientemente el esfuerzo realizado para obtener esos símbolos del progreso social y económico?

Este patrimonio de recuerdos también incluye imágenes menos formales que tienden a sorprender. En estos casos, un poco de exotismo no viene mal, y las personas posan con los trajes tradicionales del país anfitrión o adoptan poses desenfadadas: desde posar como hombres de mundo sentados a la mesa de un bar, cargados de vasos y botellas, hasta disfrazarse, con extrema seriedad, de vaqueros y gauchos o fingir que vuelan en globo aerostático.