Para el emigrante

Para coordinar y promover la asistencia a los emigrantes por parte del Estado recién a fin de enero de 1901, después de años de debates parlamentarios, fué instituído el Comisariado General de la emigración que debía ser el único centro con competencia en tal materia hasta entonces dispersa entre muchos ministerios. La ley atribuyó al Comisariado toda una serie de tareas que iban desde el consentimiento para la nómina de los representantes de los navieros a la vigilancia sobre su actividad, desde la asistencia a los emigrantes en los puertos, en viaje y en el exterior a la tutela de las mujeres y niños emigrantes, desde represión de la emigración clandestina a la recolección y difusión de noticias útiles a los emigrantes.

Junto a ello fué creado el Fondo para la emigración, destinado a financiar los gastos de varios servicios con entradas provenientes de navieros y de los mismos emigrantes.

El Comisariado tenía también la tarea de poner sobre aviso a los emigrantes de numerosísimos engaños que agentes de emigración, operando sea en los países de partida o en aquellos de llegada, efectuaban en su perjuicio.

Antes de su creación, la asistencia era prerrogativa de algunas instituciones privadas. Monseñor Giovambattista Scalabrini fundó, en 1887, la Obra de la pía sociedad de los misioneros de San Carlo que se ocupaba de los emigrantes en Europa, en las Américas y en Australia, todavía hoy operativa y conocida, por el nombre de su fundador, como Congregación scalabriniana.

Más tarde, en los últimos años del siglo, nació la Sociedad Humanitaria, de inspiración laica y reformista; poco después, la católica Ópera Bonomelli operante solamente en países europeos y mediterráneos. En los Estados Unidos la explotación inicial de los emigrantes encontró un freno siempre más robusto en una estructura asistencial, la católica Sociedad de Benevolencia Italiana San Rafael.